Medíanse los enemigos bajo el cielo encapotado. La tensión flotaba en la tarde de verano. Se encontraron los dos pares de ojos calculadores, calibrando errores y distancias. A lo lejos el llanto de un niño quebró el aire con la fuerza de un trueno. Sin mediar sonido alguno, sin una señal, los cuerpos se dispararon levantando tierra. Apenas un instante antes del épico choque, un agujero en el alambrado dejó al más grande de los dos guerreros alejado de su némesis y ladrando de frustración contra la voluntad del universo.
JAVIER GÓMEZ
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