A ella le gusta la máscara pero no se detiene: quiere algo auténtico. Y mucho más allá, por las galerías curvadas encuentra la original, justo justo a la altura de sus ojos. Es una máscara mortuoria, bella en sus puras líneas de granito. El sol que entra por una ventana a espaldas de ella pega sobre la polvorienta vitrina y le brinda un espejo traslúcido. Ella se mueve con infinita delicadeza –está sola en la sala, por todas las salas vagó sola – buscando la posición exacta para lograr que el reflejo de su rostro coincida rasgo por rasgo con la máscara. Así permanece largo rato, como con la máscara puesta, pensando en la palabra no dicha, consciente por vez primera de que ella también, sí, también en ella estuvo la posibilidad de expresar algo. Amor quizá, o un ansia. Ya es tarde.
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