Casimiro, el incomprendido

Fue un superhéroe de barrio. Casimiro Fortuna tendría unos quince años cuando sobrevivió, milagrosamente y con el único saldo de dos o tres pelos chamuscados, al choque de su anatomía contra unos cables de alta tensión.
A partir de ahí lo llamaron El Eléctrico, o El Pavote Que Había Dejado Sin Luz A Media Ciudad al tirarse de un puente de Caballito, convencido de que podía volar. Le quedó de esa experiencia cierta electricidad en el cuerpo, no mucha, pero suficiente para encender todos los faroles de la cuadra con sólo tocar uno de ellos con el índice, o de darle iluminación a una manzana entera por diez minutos seguidos.
Tuvo buen corazón, pero mala suerte.
Una vez a doña Eulogia, la almacenera, se le ocurrió adornar el local con luces de colores y Casimiro se ofreció como voluntario:
-Deje que yo me ocupo, mire, toco una lamparita y se encienden todas, si quiere hasta le hago intermitencia, para qué va a gastar con lo dura que está la mano.
Pero claro, quién iba a decir que, en la misma tarde del estreno, transitaría la vereda Martita, amor imposible del Hombre Luminaria, y éste, embobado, se prendería a los cables con tanta fuerza que no quedaría foquito sin explotar.
Fue sacado del almacén a escobazo limpio.
Y también fue sacado, no se sabe si a escobazos o a botellazos, del bar del viejo Evaristo cuando, de puro comedido, quiso ahorrarle el despilfarro de la máquina de café y terminó no sólo arruinando la máquina y el café, sino provocando una humareda tal, que se movilizó todo el cuartel de bomberos para apagar el supuesto incendio.
Aunque tuvo también sus aciertos: Ofrecerse como árbol de navidad en las casas de las familias más pobres. En esas ocasiones solía vérselo vestido de verde, emperifollado con cintas y luces, muerto de calor, pero con una sonrisa que brillaba casi tanto como la estrella que llevaba en el gañote.
Además tuvo aportes cotidianos, acaso menos memorables, como ayudar con las bolsas de las compras, jugar al huevo podrido con los chicos, o sacar de paseo a los perros del vecindario.
Una sola vez se lo vio llorar: en el casamiento de Martita. Le salieron tantos chispazos de los ojos que hubo que evacuar la iglesia. Ella nunca le perdonó que le echara a perder el día de su boda.
Casimiro fue un postergado. Ídolo de mate mañanero y melancolía nocturna que supo, mediante malabares incongruentes, ganarse un lugar en el recuerdo de los que, por aquel entonces, apurábamos la infancia.






MELINA CAVALLIERI




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Data Fabularia:

Redacción: María Alejandra Atadía
Edición: El Elegante Oblongo

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