Caminar y caminar, y una sensación rara en los ojos. Un pestañear lento, como las alas de un insecto cansado. Los colores se acentúan y el gris plomo del cielo de repente parece más brillante. La arena mojada opone resistencia y el cuerpo está cada vez más blando y busca agua, la que cae del cielo con furia no es suficiente.
El viento sopla fuerte, y dar cada paso es un esfuerzo. Caminar y caminar, y de pronto el agua está ahí, toda esa inmensidad de agua me espera a mí sola, como un regalo, y me llama. Yo no me resisto: la ropa se va en un instante y salto sin reparos. El chapuzón es catártico, y cada segundo sumergida es una eternidad de colores e impresiones nuevas, como si el mundo ya no fuese el mismo. El frío me obliga a salir, y emprendo mi camino de regreso por la misma arena dura con el cuerpo cada vez más blando, doblado hacia atrás en una contorsión que no puede ser real. De nuevo agua, una ducha esta vez, y de nuevo el cuerpo que se dobla, un cuerpo nuevo que ya no conoce leyes de física ni prejuicios, de nuevo una tabula rasa.
LAURA FECHENBACH
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