No es una especie nueva: nació con las ciudades verticales, o mejor dicho, con la soledad aérea de sus moradores, condenados a comprimir sus vidas y sus escuetas pertenencias en cubículos cuya creciente miniaturización excluye toda posibilidad de convivencia con mascotas de costumbres expansivas.
El gato de departamento es una variedad evolutiva de la rama arbórea del felix domesticus, a juzgar por su habilidad escalatoria, facilitada por el desarrollo singular de sus patas traseras, con las que se impulsa para saltar de balcón a cornisa. En el macho, de hábitos nocturnos, las garras provistas de uñas retráctiles poseen la dureza del acero, adaptación que les permite introducirse como anzuelos en las porosidades de los materiales de frente. La hembra, más sedentaria -especialmente si ha sido castrada- exhibe zarpas de extraordinaria tersura, parecidas a pequeños pies de dedos rosados, coronados por uñas planas, capaces de ser decoradas con barniz, como dicta la moda actual.
Cientos de generaciones apartan al gato de departamento de las costumbres predatorias de sus ancestros. Ignorantes del arte de la caza, se entretienen en jugar con las cucarachas, las langostas o cualquier otro insecto, sin atentar contra su integridad física. La convivencia con el humano ha modificado radicalmente los hábitos prandiales de la especie, ahora distribuidos en tres comidas principales diarias, que suelen incluir postres, fruta, infusiones estimulantes como el té y el café, vino y licores. Se han registrado casos de gatos exclusivamente vegetarianos; la mayoría opta, en cambio, por una dieta ovo-lacto-vegetariana.
El obligado confinamiento -total en las hembras, diurno en los machos- ha estimulado el desarrollo frontal del córtex en estos felinos que no sólo aprenden a leer con inusitada facilidad, sino que también escriben, resuelven problemas de álgebra, ejecutan complejas partituras en diversos instrumentos musicales y se destacan por sus habilidades informáticas. Lamentablemente, la evolución no ha alcanzado aún a desarrollar sus cuerdas vocales para el uso del lenguaje articulado, pero en cambio cantan con voces melodiosas en registro de soprano o contratenor, según el género.
Algunos se han destacado en el campo de la filosofía, y no pocos han obtenido doctorados en prestigiosas universidades. Hoy en día, casi no queda claustro académico que no cuente con la participación de algún meduloso minino dedicado a la investigación o a la formación de recursos humanos; la cátedra, por el momento, no les es favorable, en virtud del impedimento verbal que sin duda, habrán de superar en un futuro no distante las próximas generaciones de gatos de departamento.
GRACIELA TOMASSINI
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