El Combate de San Ladillo [Episodio uno]


OCULTOS, OCULTISMOS, OCULTADORES.


Composición de Lugar: El móvil bicíclico, aún sin luces reglamentarias, nos ha traído hasta los arrabales de la Ciudad de La Rosa y el Río. Estamos en Ovidio Lagos al fondo, junto al puente que salta sobre las oscuras aguas del Arroyo Saladillo. Hay un par de carros cirujas, hay algunos perros que duermen soledades, hay tres compañeros de oficios que guían mis pasos por estas sombras.


Para el que quiera oír, vamos a hablar de luchas y de batallas. Hay, en los historiales de esta aldea de rosarios quiméricos, dos combates fundacionales. Uno de ellos conserva su sitial en los cánones de la memoria colectiva; mas el otro está oculto en la garganta del olvido. El que se recuerda es un combate en nombre del padre, en nombre de “la” patria y pertenece a las luchas que se dan por el poder. El otro, oculto a los dones del recuerdo, fue un combate en nombre de la madre, en nombre de la Matria y es, por tal condición femenina, una lucha por el amor.


Estamos hablando de luchas y de batallas que ocurrieron en los arrabales de esta ciudad. Y claro está, la batalla que registra la historia oficial se libró en el norte y es conocida como el Combate de San Lorenzo. La batalla que permanece oculta tras un sinnúmero de falacias de lenguajes y de símbolos, aconteció en este sitio y los pocos que aún conservan saber sobre ella la llaman el Combate de San Ladillo.


En este lugar, en los fondos de Ovidio Lagos y el arroyo, ocurrió hace ya tiempo una guerra por el amor, y es misión de este cronista indagar sobre las causas y razones de tanto ocultamiento. Busquen entonces un sillón cómodo y anóchense en él. Busquen también un cuaderno de notas donde escriturar los datos y las preguntas que surgirán en nuestro devenir por los senderos de la sombra y de la luz.


A tender entonces. Porque el que no tiende, no entiende. Existen interminables documentos que refieren a San Lorenzo, pero intenten ustedes conseguir información sobre San Ladillo y hallarán sólo los abismos del vacío. ¿Qué razones gobiernan esta omisión? ¿Quiénes además, en un momento de la historia, dieron forma a la máscara siniestra que transformó a San Ladillo en “Saladillo”? Conocemos las razones y llegaremos a enunciarlas. Pero en este punto del relato sólo consignemos una: El buenazo de San Ladillo, en medio de aquel combate por el amor, se negó a cumplir los mandatos de Dios.


Porque en este lugar, en este campo de batalla de Ovidio Lagos y el arroyo, Dios y el Diablo se disputaron el amor de una mujer. Y esto es lo que ocultan tantos ocultadores. Porque en verdad os digo que sobre esta tierra del arrabal urbano, Dios y el Diablo lanzaron a sus ejércitos de ángeles para conquistar el amor de una mujer. Y así fue. Así.


Bien, hemos presentado a los generales y a su objetivo de guerra. También sabemos que San Ladillo fue un ángel de Dios que desertó de sus filas. Y es momento de nombrar a la mujer por la que pelearon Dios y el Diablo en este páramo. El nombre de la mujer, según consta en ciertas páginas del libro, no es otro que el de Ana Clara Luz.


Pero aconteció que Ana Clara Luz, la mujer que llevó a Dios y al Diablo a una guerra por amor, no correspondió a semejantes contendientes. Su corazón humano, su alma y su aliento, ya tenían destino. Es que Ana Clara Luz estaba enamorada de un pescador de nombre Fernando Borrás.


Y este es el cuento que vamos a contar. Esta será la historia del Fernando Borrás, al que llamaban “El Fer” y de Ana Clara Luz, conocida por todos sus vecinos como “La Luz”. Esta es la memoria que comenzamos a extirpar de las fauces del olvido, la semblanza de “La Luz” y del “Fer”. Leyenda de amor en los arrabales de una ciudad.


Esta es, al fin, la historia de “Luz y Fer”; una historia que fue llevada por poderosos ocultistas a hacia perversos sentidos demoníacos. Y digo que el poder de aquellos ocultistas fue tan grande que aún gobiernan nuestra conciencia pues incluso hoy, si quiero hablar de “Luz y Fer”, ustedes no verán en las paredes de su pensamiento ni a la mujer ni al hombre sino a otra cosa, más ligada a los imperios del infierno y el pecado que a los dominios del amor y del espíritu.


Pero ya no hay tiempo para esta noche. Entonces yo regresaré a los cuentos alguna próxima vez. Eso sí, siempre y cuando “Dios lo quiera”.


Un saludo
Una reverencia
Me llamo Hernández, digo, Macedonio Hernández.
Y esto es un decir.



MACEDONIO HERNÁNDEZ





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Redacción: María Alejandra Atadía
Edición: El Elegante Oblongo

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