-No tengo secretos para vos.
-¿Qué guardás, entonces, en ese cajón con cerradura?
-Te lo conté mil veces. Este escritorio, que compré en una tienda de anticuario, vino así. Según me dijo el vendedor, la llave se perdió, pero la cerradura es de seguridad y si intento forzarla arruinaré el frente de este mueble tan hermoso.
-¿Nunca te asaltó la curiosidad de ver lo que hay adentro?
-No soy curioso.
-Podrías consultar con un cerrajero.
-Uno de estos días, cuando tenga tiempo.
No le satisfizo la respuesta. Esperó que se fuera, como todos los días, a las siete. Había visto en películas cómo los ladrones abren cerraduras con navajas, con hebillas para el pelo, con alambres. No fue difícil; después de todo, no era una cerradura complicada.
Abierto, el cajón perdió su aire de misterio. Adentro, no había más que tres revistas pornográficas y dos novelas policiales.
Desilusionada, lo cerró.
Después, despacio, juntó sus cosas y salió para siempre de la casa, y de su vida.
GRACIELA TOMASSINI
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