Cuando salió del huevo era un pollito amarillo. Un día se cansó de picotear el suelo junto a sus hermanos y corrió hasta el estanque. Se tiró al agua y vio que flotaba. Algunos lo imitaron. Desde la orilla, la gallina cloqueaba desesperada y corría de un lado a otro. Él agitó un poco sus miembros bajo la superficie. Advirtió que le crecía una tela entre los dedos de las patas, que se le había aplanado el pico y que sus plumas ahora eran blancas y largas. Al rato, miró para arriba, sintió una brisa que lo acarició. Agitó las alas y levantó vuelo. Se le alargaron el pico y las patas. Las alas le crecieron, extendidas, abiertas, y mientras se mecía (ahora sobre un río etéreo) las plumas tomaron un color naranja, naranja.
Desde arriba vio a la gallina que seguía cloqueando. Vio a un puñado de patos sobre el agua. Enseguida se acomodó sobre otra corriente de aire que lo llevó bien alto y bien lejos.
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