Antes de relatar qué pasó con Jonás después de haber sido vomitado por la Ballena, permítanme contarles cómo era la vida de la Ballena y qué la llevó a tal terrible acción.
La Ballena, incansable, cumplía día a día – incluso en feriados y vacaciones – la interminable tarea de patrullar las aguas cercanas a la costa ahuyentando pequeños tiburones y focas, temibles predadores capaces de devorar un cardumen entero en tan sólo segundos. Así aseguraba la Ballena que los humanos de tierra firme encontrasen en esas fructíferas aguas el alimento para vivir. Sin embargo, a pesar de su tamaño considerable y de la importancia de su labor, la Ballena era ignorada. Como si fuera invisible.
¡Ah, eso sí! En épocas de hambre y necesidad se conminaba a este gran pez no sólo a que garantizara la seguridad en la costa, sino incluso a que entregara a la comunidad trescientas a cuatrocientas ostras. Así, sobre exigida, colaboraba con la sociedad sin emitir queja alguna, aún cuando sabía que la deliciosa y nutritiva carne de la ostra era vendida a otros países y que las perlas eran repartidas entre los más amigos.
Una sofocante tarde de verano se acercó la Ballena a la costa para cumplir con su cuota de ostras, cuando Jonás comenzó a provocarla, con tan mala suerte que un grupo de sirenas ociosas fue testigo de este altercado y de la posterior deglución del primero. Esto les vino como anillo al dedo a las sirenas, ya que con todos los hombres en tierra firme, concentrados en una campaña electoral, de la cual Jonás era, casualmente, candidato, habían perdido protagonismo. Para recobrar su fuerza hipnótica inventarían, por supuesto, algunos detalles jugosos. Ya en la costa, contaron una y otra vez la historia, obligándola a favorecer a Jonás, quien al final resultó ser una pobre víctima del monstruo deglutidor.
Así fue que, pasadas unas dos horas, se había juntado allí una muchedumbre que aclamaba el nombre de Jonás, portando pancartas y resonando bombos; se podía oír una conocida marcha partidaria. Una gran ovación recorrió la costa cuando Jonás fue patéticamente vomitado en la orilla. El gran héroe dijo unas palabras y firmó algún que otro autógrafo. De pronto se escuchó un grito: “¡Matemos a esa ballena oligarca que se come los mejores peces y atenta contra nuestra supervivencia!”. Inmediatamente se echaron las barcas al mar y se dio caza a la fiera. Esa misma noche se hizo una olla popular (con carne de ballena, obviamente).
Ni falta hace contar que tras la extinción de la Ballena los tiburones y las focas devoraron todos los peces, dejando a la ciudad desabastecida. Jonás, por su parte, no fue testigo de esto, ya que tras ganar las elecciones huyó a tierras lejanas, llevando consigo las ostras que había secuestrado del interior de la Ballena.
¡Ay, estas cosas sólo pasan en el mundo del revés!
MARÍA MARTA REPETTO
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