Consultorio Callejero


Para Diógenes Hozté,
como era de esperar.



Señor Secretario:
     Los abajo firmantes, vecinos de la calle Mitre en las inmediaciones de la intersección de esta arteria con la Avenida Pellegrini, consternados por el arbitrario accionar de las llamadas fuerzas del orden, nos dirigimos a usted en busca de una solución a nuestro problema. En los tiempos que corren, quién más, quién menos, siente alguna vez en la garganta el guante de hierro de la soledad. El consultorio callejero no perturbaba la fluidez del tránsito en la vía pública, tantas veces obturada por piquetes, manifestaciones y procesiones religiosas. Tampoco representaba competencia para la actividad lucrativa de los profesionales instalados en clínicas e institutos de salud mental, numerosos en la zona, pues sus servicios se brindaban gratuitamente, con el módico aporte de algún alimento. Pacientes, había muchos, de todas las clases sociales, edades y sexos. Estaba, por ejemplo, el estudiante de Música, especialidad clarinete, que se atendía los miércoles a primera hora de la mañana. En horas de la siesta, desfilaban varios de los viejitos del geriátrico, la señora que todos conocen con el apelativo de La Flor del Barrio, el dependiente de La Ganadera Rosarina –recientemente separado- y el bibliotecario de Ciencias Matemáticas, que siempre traía alguna demostración novedosa del teorema de Gödel. Todos se iban reconfortados, al cabo de la sesión. Los inspectores adujeron que se estaba incurriendo en ejercicio ilegal de no se sabe qué, pero la verdad es que ahora no tenemos consuelo. ¿En qué oídos verteremos nuestras historias? ¿Quién, con esa serena sabiduría, transmutará en paz nuestros conflictos? ¿En qué otro espejo encontraremos el perdido rostro? ¿Dónde otra mirada tan aguda, que desnude la verdad sin herida?

     Rechazamos por improcedentes y discriminatorios los motivos aducidos por la autoridad para justificar el levantamiento definitivo de un servicio más que necesario en nuestro medio. Esta comunidad de pacientes, librada ahora a la intemperie, expresa aquí su enérgica protesta, pues se han esgrimido razones de raza y condición para poner en tela de juicio la idoneidad del profesional a cargo. No nos molesta tanto que se lo llame perro, pero nos sentimos personalmente insultados por los apelativos de callejero y pulgoso.


La Flor del Barrio
Y siguen las firmas








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Data Fabularia:

Redacción: María Alejandra Atadía
Edición: El Elegante Oblongo

La Biblioteca Fabularia