En el escenario la acción había alcanzado el clímax. El protagonista y el villano estaban cara a cara y el inminente duelo a muerte paralizaba a los espectadores. Sacaron sus armas y dispararon: la bala del joven héroe hirió de muerte al bandido y la otra bala se convirtió en un tiro perdido… o eso creyeron todos. Pues, en realidad, el plomo atravesó la cuarta pared y la destruyó, y entonces el rufián pudo, con sus últimas energías, asesinar a Abraham Lincoln.
JUAN LUQUE
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