Sobre la negra colina se abre una piedra esmeralda. Las celdas prohibidas evocan el destino fundante y Lagar desaparece en aquel ceibo de la puñalada.
Abandonados todos. Abandonadas las tres: Ladecarasucia, Lademanoblanda, Laquepiensa.
El padre les ha encomendado que guarden los metales de viento, la voz de los grillos, el olor a estampa, a nudo embotado en los sauces que lloran las almas perdidas en la isla.
El padre las ha dejado. Toda vez que han podido amanecer.
Por eso mutilan los cultivos, anegan el único margen apropiado de sus largas colas de terciopelo.
Kalé canta
duerme con el sol de la siesta
neohelénica, vulgar y búlgara
desgreñada, solapa del estío
sucia,
cuando escapa deja la punta de su estirpe
enterrada en el ópalo que nos mira
y desaparece
complacida
a buscar su jaula
su mano
su pluma verde.
Elhin canta
llegué cuando dormías
hice un hoyo bajo tu cabeza desterrada
y te convertí en arena que pierde todo lo que apresa
que guarda todo lo que quema
que se reparte solidaria, desdentada,
piel de camalote azul que envejece una tarde.
Escondida en la piecita de atrás Mür no deja de lamerse la mano mientras canta
Se escapó el Olvidado.
Se enredó en los camalotes.
El agua es clara, verde y musgosa, pero clara
de su sangre.
Se escapó y eran dos.
El abrazo no pudo con las algas ni el pez con el eco de los besos.
Mür abandona la habitación, prepara los pinceles y las hojas, las semillas y la cáscara de todo lo que ha ido juntando con su bote por el río que se lleva lo que olvida.
María Alejandra Atadía
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