Nacida en otro siglo, y por muchas causas no perteneciente a ninguno, Silvina pasa sus días tratando de negar su primer nombre y buscando su verdadera identidad. Escribe, lee, dibuja y nada, y nada. Mientras se reviste de excusas para existir y permanecer en un medio laboral serio, se escapa a los bares provista de precarios manuscritos, esbozos de cuentos, en los que intenta perpetuar su no existencia. Suele escabullirse entre dos niños que guían sus pasos hacia la esperada adultez. En ocasiones habla demasiado, disimulando su verdadera esencia de observadora silenciosa, pero cuando calla, deja fluir demasiado los límites de su monólogo interno, enloqueciendo a su propia conciencia. Es claustrofóbica e hiperquinética pero se adapta de a ratos para poder pasar por sujeto social.
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