Sebastián Mancuso



Soñador de pequeñas cosas, tan fósil como las palabras de un texto guardado en el cajón de la memoria, ese que pocos llegarán a leer y del que la mayoría de los bípedos que trashuman por la tierra ni siquiera tendrán recuerdo. Acéfalo prometeo decapitado una y otra vez por la hembra del lenguaje cada vez que quiero copular con ella. De ahí, amante frustrado. De ahí, reprimido textual.


Descendiente de un polizón sirio libanés, de un relojero siciliano, de un fundidor vasco de un hojalatero inglés y, especialmente, del gran útero de doña Existencia, madre de todas las madres, mujer postergada de los registros, sin la que ninguno de los sujetos anteriores podría haber dejado sobre la faz de este planeta al pedazo de materia pensante que en este momento escribe sobre él mismo.


Desesperado, angustiado, sentimentalista empedernido: una verdadera pesadilla de hombre. Afortunadamente no soy yo al que describo. Yo sólo soy Sebastián Mancuso, un tipo único como todos los demás, y al otro, a ese otro que se me aparece en sueños o al mirarme en el espejo, trato de ahuyentarlo guiñándole con sutileza el ojo derecho —que en la imagen especular es siempre el izquierdo— y a veces hasta logro eludirlo ofreciéndole una de mis más entrañables y siniestras ilusiones. La mayor parte de las veces, por supuesto, lo llevo conmigo.






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Data Fabularia:

Redacción: María Alejandra Atadía
Edición: El Elegante Oblongo

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